Vetados

Sittin'waitin'Dublin

Sittin’waitin’Dublin

Los bruscos golpes de timón siempre fueron, para mí que adoro las aguas mansas, un violento misterio ante el que me quedo con la vista ausente, el oído hueco y el discernir mermado.

Nunca fui maestro en la gestión emocional de una injusticia. Menos mal que, a medida que caían los años, uno fue aprendiendo a encajarlas, amigo mío, y a encontrarles, desde el sosiego y la calma y solo cuando era posible, un remedio. Pero, como también, llegados a este punto, sabemos de la libertad del miedo, cuando te roza a ti, me hago un cursillo acelerado para poder darle la forma que me permita, en caso de ser necesario, explicártelo sin veneno. Por eso, la misión principal, es entenderlo. Después, recordar la alquimia de tus abrazos que transforma todas mis espadas en escudos.

Estando todo dicho en los escenarios donde no hay nada más que rascar, permaneceré atento al término medio de la distancia que tú necesites, esa que me siguen negando, mi regalo de cumpleaños más preciado: hacerte la cena y compartir contigo la noche de un día cualquiera, dormir sintiendo el calorcillo de tu cuerpo, descansar escuchando el respirar de tu tranquilidad, despertarte con los miles de besos con los que te asediaba, mil años antes de que tu tiempo y el mío tuvieran tantas dificultades para cruzarse a diario. Antes de estar vetados.

Pero tú sigue sonriendo, despreocupado, con la inocencia que te envuelve por completo, tu bien más preciado. Yo, tal y como te dije, seguiré en primera línea de fuego sin darle permiso al anillo de hiel que te rodea ardiendo, a las verdades tergiversadas a la carta, a las mentiras de los pasados que pretenden el lujo de poseerte como si no fueras ya dueño de tus deseos, ni consciente de tus soldados, a ambos lados de la batalla.

Tal y como afirman ciertas canas, esto también pasará. Hasta entonces, yo seguiré al otro lado de las puertas, esperando el momento en que la ley se torne justicia. La que hoy, por ausente, me aparta del milagro que ocurre cada vez que me miras, con los ojos donde cabe todo el universo, para decirme: ¿jugamos?