… lo mejor que pude

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Sigo corriendo, sin descanso…

… todavía, lleno de dudas, sigo planteándome cómo mejorar la situación,

qué zarzas seguir cortando para que tu camino sea lo más sencillo posible,

qué frases y cachitos de mi experiencia te pueden ser útiles.

Todo, siempre, con la  intención de hacerlo, para ti…

… lo mejor que pude.


Cuatro

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Esta noche se te echa de menos más de lo normal, que ya viene siendo bastante. La cama es el carrusel de sábanas que zarandea mi cuerpo para un lado y para el otro. El techo no para de moverse: ora izquierda, ora derecha en ese vaivén oscuro en el que, y como suele ocurrir en estos casos, no aparece la respuesta que permita la conciliación y el sueño.

Palabras, ruegos y escapatorias navegando por un cerebro cansado, chocan bruscamente contra las paredes del cráneo aliándose con esta maldita presencia que, ironías, provoca la ausencia de descanso y de cuentos para dormir. Soluciones, opciones y planteamientos manoseados hasta el hartazgo, mueren en la imaginación cuando llega el momento de la transmisión a los carceleros deshumanizados, secuestradores ciegos que, incapaces de siquiera intuir los minutos de desesperación que ganan la partida, según se alarga esta condena, cada vez más de vez en cuando, miran ebrios de victoria hacia otro lado.

Y a ti, que te sueño tranquilo y feliz, abrazado a un peluche con los ojos cerrados, ajeno a todos los asaltos de este sucio combate, te siento privado del tiempo que me hace cada día más falta, de las buenas noches inexistentes que hielan mis pies, hoy, un mucho más viejos cuando vuelvo a concluir todas las tardes de juegos al solitario, de escondites en los parques donde nunca te encuentro, las cenas cuyos platos huérfanos aguardan llenos de polvo, las miradas que se están yendo para siempre, que no recuperaremos jamás, porque aún no podemos hacer nada para evitar que nos las sigan robando.

Mañana, el viento de este maldito invierno, que no termina de abandonar la escena, volverá a darnos ese breve soplo de minutos eternos, justo antes del beso y el abrazo, de tu manita despidiéndote hasta el día siguiente, antes de desaparecer por la puerta del colegio y yo retome mi camino cansino hacia el trabajo donde, en cada uno de sus recovecos y hasta el día siguiente, suena la melodía triste del quererte con toda mi rabia y letra salvaje que resulta de echarte tanto de menos. La misma furia que tú controlas tras las minúsculas dos horas que tan a poco te saben, ese día de diario en el que, sin decirnos nada, ambos aprendimos a exprimir el tiempo, a rascar minutos y a bajar tu puño en alto cuando va llegando el momento.

Dejemos hoy que el insensible diablo gane la partida, que disfrute viéndonos arrodillados y exhaustos de anhelos. Más fuerte será, tras la soberbia, la caída cuando tu amanecer cure todas las heridas y en tus desayunos recordemos los cuentos con los que te dormiré todas las noches que vuelvan a ser nuestras y, con los ecos de tu sonrisa, atormentemos a los demonios que, de mis energías gastadas, se mueren de risa ignorantes de que, cuando sacien nuestros deseos, nos importarán muy poco las flechas que a ti nunca te alcanzaron pues tu adalid de escudos, puede decir orgulloso, mientras se engalana en tu feliz huida: buenas noches mi niño; seguimos luchando, misión cumplida.


Vuelva usted mañana

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Dicen de nosotros que somos menos capaces porque, entre otras cosas, nunca nos hemos ocupado, jamás hemos inculcado valores y las noches de vigilia, luchando contra el dolor de espalda, el sueño de las horas intempestivas y la paciencia que el llanto de nuestros bebés necesitó en más de una ocasión, canciones de cuna mediante, nunca existieron. Para el registro de estos cuentos es en otra ventanilla. Vuelva usted mañana.

Cuentan que venimos de un lugar donde nos hicieron inútiles y que ese es nuestro privilegio. Afirman que desconocemos a qué huele un pañal usado a primera hora de la mañana, la textura del producto, el olor de aquellas fábricas. Que nunca sentimos el miedo resbaladizo del primer baño y que nuestras brutas manos son incapaces de imaginar la delicadeza con la que se bordea, con esponja marina, el tierno cordón umbilical. Que no aprendimos a elaborar purés, a transformar en minúsculos trocitos alimentos peligrosamente redondos, ni nos quemamos el interior de las muñecas con la prueba del biberón, ni los codos en la bañera. Que son leyendas los imperceptibles ruidos que nos despertaban y nos impedían conciliar el sueño hasta comprobar que todo estuviera en orden tras escuchar y sentir, en uno de nuestros dedos mojados, bajo su naricilla, el vientecillo de su respiración. En definitiva, que hemos delegado por completo, que nos da igual arroparle en exceso en verano porque no sabemos diferenciar entre una corriente de aire, un ambiente fresco y lo peligrosamente súbito que puede ser un exceso de calor, el color del tubo de las cremas que combaten lo atípico de ciertas pieles o lo que impresiona la aguja maldita de una punción lumbar. Años y años de lucha compartida, de educación recibida que nos colocó en nuestro sitio y, ahora, nos niegan. Vuelva usted mañana.

Crecimos convencidos del mundo igualitario que queríamos construir, hicimos gala del respeto por todas las personas cuando negábamos la gracia a ciertos chistes con caspa y frases hechas que había que deshacer y, cuando necesitamos encontrar aquella justicia que defendíamos en el trabajo, en la calle y, por supuesto, en casa, encontramos las puertas cerradas, las boquitas quietas y nuestras manos atadas. Porque no éramos dignos, no estábamos preparados, no es nuestro elemento y papel que, después de todo, nos empujan a asumir en comparsa pues, ¿qué podemos aportar frente al basto conocimiento de ciertas abuelas cuando el sentido común les lleva la contraria? Sacrilegio, silencio y vuelva usted mañana.

Quisieron convertirnos en peleles sin saber qué, un día, decidimos libremente, conscientemente y llenos de ilusión, ser padres. Amar a otra persona por encima de nosotros mismos, de la mejor forma posible y pese al miedo, que aquí corre a sus anchas, descubrimos el deber de prepararles para el camino, no el camino para ellos. Y si tuvimos el valor de no transmitirles nuestros temores y el corazón tan grande como para albergar batallas ajenas, qué coraje no encontraremos para luchar por lo que más queremos. Porque es precisamente ahí donde, a falta de vientre nuevemesino, llevamos clavado todo recuerdo y toda esperanza que tenga que ver con nuestros pequeños a los que deseamos, por encima de todo, ver crecer felices, sanos, libres, capaces… resilientes.

‘Cuentan que venimos de un lugar donde nos hicieron inútiles y que ese es nuestro privilegio.’

Somos Javi, Enrique, Pablo y Antonio, Domingo y Fermín, Iván, Roberto y Dani, puede que también Fabián, Joaquín, Mateo y José, Francisco, Pablo, Ángel, nombres que dan igual. Somos hombres capaces y deseosos de poder ejercer nuestra paternidad, inmersos en una sangrante lucha desigual por un único objetivo: vivimos las injustificadas ausencias de nuestros hijos con la resignación del que tiene la tranquilidad de estar haciendo todo lo que está en su mano para que ellos, con sus dos progenitores en vida, no pierdan a la mitad de su familia y todo lo que cada miembro de su tribu pueda aportarles.

Ahora, tiempo después del terror absoluto, empezamos a no estar solos, nosotros, los incapaces y despreocupados por la educación y la crianza de nuestros niños y niñas, a los que amamos, esta vez sí, por encima de unas posibilidades que no cejamos en ampliar para ofrecer lo mejor a nuestros pequeños, a nuestras pequeñas.

Madres y padres, abuelas y abuelos, amigas, amigos, tíos, tías, primos y primas, todo un ejército de manos ofrecidas, de abrazos necesarios para seguir en pie sin querer asumir que, los padres nunca ganan en esta titánica misión. Pierden más o menos, pero nunca ganan la razón que nos empuja evitar la mutilación del derecho de nuestros vástagos a enriquecerse y disfrutar de toda su familia al completo. Sin miedo al juego sucio al que pretenden arrastrarnos los que no tienen argumentos para arrebatarnos minutos, horas, días de oro junto a lo que más queremos. Convencidos de que, habiendo sido empujados hacia los oscuros abismos de nuestros propios límites, hemos tenido la fortuna o el acierto de haber aprendido una valiosísima lección: el odio es el veneno que uno toma esperando que le afecte a otro; el amor es la fuente de poder más grande con la que cuenta el ser humano. Pero como tampoco son buenos los extremos, mandar un poquejo a la mierda, tras tantas visitas a la ventanilla equivocada, es un acto totalmente legítimo (y muy sano). Eso sí, con buenas palabras, por supuesto.


Sin pensar

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caRs’14

Agujas en mi corazón
desbordan el veneno
que a borbotones
dejan ciegos y mudos
a los muñones en los que
mis brazos inútiles se tornan
que no llegan ni impiden
los daños que se otorga
el libre albedrío
con el que la vida
llena de humor negro
los espacios y vacíos.
¡Ay de los años en reposo
de los dedos en los ojos
y las tardes de escondites
correr por los pasillos en pañal
pisar los coches de colores
y poco más!


Vetados

Sittin'waitin'Dublin

Sittin’waitin’Dublin

Los bruscos golpes de timón siempre fueron, para mí que adoro las aguas mansas, un violento misterio ante el que me quedo con la vista ausente, el oído hueco y el discernir mermado.

Nunca fui maestro en la gestión emocional de una injusticia. Menos mal que, a medida que caían los años, uno fue aprendiendo a encajarlas, amigo mío, y a encontrarles, desde el sosiego y la calma y solo cuando era posible, un remedio. Pero, como también, llegados a este punto, sabemos de la libertad del miedo, cuando te roza a ti, me hago un cursillo acelerado para poder darle la forma que me permita, en caso de ser necesario, explicártelo sin veneno. Por eso, la misión principal, es entenderlo. Después, recordar la alquimia de tus abrazos que transforma todas mis espadas en escudos.

Estando todo dicho en los escenarios donde no hay nada más que rascar, permaneceré atento al término medio de la distancia que tú necesites, esa que me siguen negando, mi regalo de cumpleaños más preciado: hacerte la cena y compartir contigo la noche de un día cualquiera, dormir sintiendo el calorcillo de tu cuerpo, descansar escuchando el respirar de tu tranquilidad, despertarte con los miles de besos con los que te asediaba, mil años antes de que tu tiempo y el mío tuvieran tantas dificultades para cruzarse a diario. Antes de estar vetados.

Pero tú sigue sonriendo, despreocupado, con la inocencia que te envuelve por completo, tu bien más preciado. Yo, tal y como te dije, seguiré en primera línea de fuego sin darle permiso al anillo de hiel que te rodea ardiendo, a las verdades tergiversadas a la carta, a las mentiras de los pasados que pretenden el lujo de poseerte como si no fueras ya dueño de tus deseos, ni consciente de tus soldados, a ambos lados de la batalla.

Tal y como afirman ciertas canas, esto también pasará. Hasta entonces, yo seguiré al otro lado de las puertas, esperando el momento en que la ley se torne justicia. La que hoy, por ausente, me aparta del milagro que ocurre cada vez que me miras, con los ojos donde cabe todo el universo, para decirme: ¿jugamos?