Naranjas

orange'17

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Se levantó, como siempre, abrazado al hueco que ella dejaba, todas las mañanas, treinta minutos antes, en el colchón.

Seleccionaba la ropa para aquel martes, cuando reparó en el pijama lila con detalles rosa chicle que aún guardaba el calor de su cuerpo, cuidadosamente doblado sobre el sinfonier.

A medida que recorría el pasillo, de camino al cuarto de baño, la fragancia de mujer que le nublaba el olfato cuando se acurrucaba en su cuello, en pleno abrazo de recibimiento, cada vez que llegaba a casa, se iba haciendo más y más presente. Tras el aseo, mientras hacía la cama, un fino pelo de melena rubia hacía de marca y distinción entre las almohadas.

Así discurrían todas las mañanas. En esto consistía su rutina temprana. Una especie de festival en el que la ausencia dejaba innumerables señales por doquier.

Como el niño que se acostumbra al gesto contrariado tras la obligación de guardar los caramelos hasta la noche, se encaminó hacia la cocina para desayunar, consciente de que, la tan común falta de tiempo les había impedido hacer la compra durante la tarde anterior. Vencidos por la crueldad de las matemáticas, habían descubierto, justo antes de acostarse, que les faltaba una fruta para cumplir con la fórmula de dos piezas por zumo.

Él ya sabía de las personas que nunca aprendieron la magia de enfrentarse a las pequeñas desidias del día a día y se dejan vencer por su tono grisáceo, incapaces de compensar con todos los colores que ofrecen las miles de posibilidades que guardan los pequeños detalles. Sin embargo, su caso era distinto pues le enorgullecía, entre otras cosas, la maestría en el arte de las tonalidades con la que su compañera le asediaba y no pudo más que llenar su cara de felicidad cuando se encontró, perfectamente cortada por la mitad, colocada justo encima del exprimidor, con su media naranja.


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